Se avecina un nuevo tiempo. Una nación parida en el 78 ha alcanzado una madurez tal que ya se siente atrapada en los límites constitucionales de una democracia pequeña y marchita. Pequeña, porque los cauces que servían para traducir las aspiraciones colectivas en el lenguaje institucional ya no son suficientes para transformar la realidad en la dirección debida, y marchita, porque recubre sus paredes y pilares una lacra mohosa que corroe sus entramados, y la debilita con un fatal resultado.
Pero se avecina un nuevo tiempo. Y ante estas circunstancias impuestas, y poco agradables, yo sólo puedo ser positivo. Puede que sea porque formo parte de un grupo de personas que históricamente se ha visto forzada a soñar con un mundo mejor... pero además, hoy en día, dadas las características socio-económicas que imperan, me veo integrado también en otro grupo de personas que, compartiendo un mucho que perder, se entiende capaz como colectivo de transformar la situación.
En los últimos 150 años de historia, en los que el tiempo ha pasado como suele hacerlo, se ha avanzado a pasos agigantados (y desgraciadamente también se dieron muchos pasos en dirección contraria), pero lo que queda claro es que hemos hecho nuestros los resultados de muchas batallas... resultados que en su día parecieron imposibles. Con el derecho, como con las leyes, pasa una cosa muy curiosa... hasta no hace tanto la Tierra era plana, y vivíamos en un Universo geocéntrico en el que el devenir histórico era producto de los designios de Dios... cualquier opción fuera de esas características simplemente no existía. Y también hasta hace no mucho, las personas tenían distintos derechos dependiendo de su etnia o de su género. Hasta hace no mucho, imaginar a mujeres votando era una locura, como en su día lo fue imaginar que entraran en el mercado laboral, entre otras cosas que ya se han asentado como lo normal, fuera de lo cual nada existe.
Estas realidades de hecho y derecho, hoy normales, en su tiempo fueron sólo los sueños de personas poseedores de una imaginación que transgredía las nieblas que separan el Hoy de un mañana no escrito, del que sólo sabían que era incierto. Hasta hace dos días se pensaba que el presente era el muro contra el que chocaba la historia, y que no había otro mañana distinto del Hoy, pero hubo personas que compartían un sueño, una ilusión, que sabían que el futuro se escribía entre todos, y que sólo podía escribirse en clave colectiva. Nadie se imaginaba en España hasta 1910 que fuera posible una representación institucional de los intereses de las clases trabajadoras, pero así fue.
Esa es la esencia que ha convertido al PSOE en lo que es hoy. Históricamente, incluso en las situaciones más adversas (que es precisamente cuanta más falta hace el socialismo), su principal labor ha sido la de poner los sueños de un mañana mejor sobre la mesa, y hacerlos realidad de manera pacífica por la vía de la acción política y sindical. La miseria que vivimos hoy no es más que el resultado, el fruto de un proceso histórico al que sólo la izquierda organizada y empoderada puede hacer frente a través de las instituciones. Por eso es tan importante el cambio interno, por eso es tan necesario recuperar el PSOE, porque será solamente así como consigamos recuperar el Estado y la democracia. Decida lo que decida la militancia en este Congreso, lo que queda claro es que la persona que salga elegida lo hará con una legitimidad de una naturaleza democrática mucho mayor, que no será más (o eso espero) que el principio de un cambio orgánico y democratizador de nuestras estructuras, para hacer del PSOE un instrumento útil de cambio, capaz de afrontar y liderar el cambio que en España se avecina, desde una perspectiva progresista y de izquierdas.
La utopía está ahí, caminemos.
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